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martes, 4 de octubre de 2011

MAXIMILIANO Mª KOLBE, HISTORIA DE UNA ENTREGA.


Auschwitz va a ser testigo de algo insólito. Porque ¿acaso no es insólito que alguien decida dar su vida para salvar la de su compañero?

La mente humana puede llegar a maquinar cosas crueles e inauditas. Los campos de concentración, también llamados checas o gulags, son una muestra de ello.

Auschwitz y el Tercer Reich

El 27 de abril de 1940 el jefe de las SS, Heinrich Himmler ordenó la construcción al sur de Polonia de un nuevo campo de concentración: Auschwitz.
Si bien es cierto que los nazis no fueron los que inventaron los campos de concentración, ya que los primeros se crearon en EEUU en la guerra civil de 1861 a 1865 y años más tarde en Sudáfrica durante la guerra de los Bóers, entre los años 1899 y 1902, establecidos por Gran Bretaña; durante la Primera Guerra Mundial en los imperios Otomano y Austro-Húngaro; y en Rusia durante la revolución bolchevique, ninguno de los citados, ni los británicos, ni los turcos, ni los soviéticos, eran comparables a la crueldad y el entramado que creó el Tercer Reich.
Los nazis llevaron a cabo en sus campos de concentración la llamada “limpieza étnica” exterminando a grupos sociales considerados por ellos como inferiores, ya fuera por su raza, por su religión, por su orientación sexual, etc.
Fueron ejecutados 6 millones de judíos, 200 mil gitanos y centenares de miles de serbios, polacos y húngaros.
Los prisioneros vivían hacinados en barracones desprovistos de lo más imprescindible para la vida. Dormían sobre tablones de madera, sufrían hambre y frío, trabajaban duramente de sol a sol en condiciones imposibles.
Todo aquello unido, malos tratos, hambre, frío intenso, crueles separaciones familiares, hacían que Auschwitz se pusiera a la altura del propio infierno y constituyera, para los que eran conducidos a este lugar, la certeza de grandes sufrimientos y de una muerte prácticamente segura.
Así lo narra el prestigioso psiquiatra judío Vicktor Frankl en sus conocidos y muy leídos libros, donde cuenta sus experiencias en Auschwitz. Comían un mendrugo de pan y un caldo inconsistente con el que debían trabajar en duras canteras o en la construcción de ferrocarriles. Vivir allí, en muchos momentos, se hacía insoportable. Muchas personas optaban por el suicidio. Otras trataban de escapar.
En similares condiciones: ¿quién sería capaz del heroismo supremo?
Es agosto de 1941 y en Auschwitz se ha fugado un preso. Era bien conocido por todos que si un compañero del campo se fugaba, los alemanes condenaban a muerte a 10 de sus compañeros. Y esta vez no iba a ser una excepción. Lo que nadie imaginaba es lo que instantes más tarde iba a suceder.
La primera elección recayó en el sargento Franciszek Gajowniczek, casado y con hijos. Un sollozo cortó el aire: "¿Quién cuidará de mi familia?", dijo el pobre hombre entre lágrimas. En ese instante, Maximiliano Kolbe, un sacerdote franciscano polaco de 47 años se adelantó y se ofreció para sustituirle, diciendo que él no era casado, que era sacerdote y que se cambiaba por el puesto de Franciszek.
Aceptaron su propuesta y acompañó a los otros nueve reos a morir de hambre en una celda. Allí apoyó y animó a sus compañeros de destino. Tras varias semanas de grandes sufrimientos y de hambre extrema, como no moría, le inyectaron una solución de fenol, falleciendo el 14 de agosto, víspera de la fiesta de la Asunción de María a la que tanto amó y dedicó todos sus anhelos.
Quiso vivir aquello en que creyó y que resumen las palabras del Evangelio:
"Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos." (Juan 15, 9-17).

Elevado a los altares

Fue beatificado por Pablo VI en 1971, acudiendo a dicha beatificación Franciszek Gajowniczek , el hombre a quién le salvó la vida. Juan Pablo II lo canonizó 11 años más tarde ante multitud de polacos el 10 de octubre de 1982. Fue nombrado a posteriori patrón de los radioaficionados por sus trabajos periodísticos en la fundación de dos periódicos de gran expansión y una imprenta que creó y que años más tarde trasladó a Japón extendiendo allí sus publicaciones católicas. Su fiesta se celebra el día 14 de Agosto.

Montse Sanmartí.

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